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jueves, 21 de abril de 2011

Psicología/Sincronicidad I

Sincronicidades. Apología y refutación




Lamberto García del Cid


Apología

En la explicación de las coincidencias
hay mucho de pereza e impotencia,
y responde a un miedo instintivo 
de que se ponga en peligro
un dogma científico  -Charles Fort

Carl G. Jung Y el premio Nobel de física Wolfang
Pauli colaboraron en el desarrollo de una teoría
de las coincidencias que bautizaron con el nombre
de "Sincronicidades".
A Pauli le atraís el asunto porque él mismo se sentía
perseguido por singulares coincidencias, sucesos que
sus colegas, malignamente, denominaban "efecto Pauli".
Pauli, físico más bien teórico que experimental,
pasaba poco tiempo en laboratorios, pero 
cuando lo hacía, acontecían inexplicables roturas de 
aparatos o imprevistas averías de instrumentos.
Estos sucesos ocurrían con mayor frecuencia de lo que
la mera casualidad podía explicar.
Ni siquiera tenía que suceder el incidente junto a él,
bastaba con que estuviera presente a diez o veinte metros.
Jung y Pauli concluyeron que existían dos clases de 
principios de conexión en la naturaleza. El primero era
la causalidad ordinaria, lo que la ciencia normalmente
estudia. Esta causalidad se estructura de forma lineal:
si A causa B, entonces para que se de B, debe ocurrir
primero A. El otro principio de conexión era el acausal.
Este principio fue denominado por Jung y Pauli 
"sincronicidad" porque asumieron que, contrariamente
al principio de causalidad, los acontecimientos acausales
se estructuraban en el espacio y no necesitaban para
relacionarse el concurso del tiempo. O lo que es lo mismo:
la sincronicidad admite que dos hechos se relacionen 
simultáneamente. Su lógica, si de lógica puede hablarse,
es la lógica de la psique profunda, la lógica que sólo se 
halla en los sueños y en los mitos.

Cierto día, en Zurich analizando Jung con una paciente
un sueño de esta última, y que se relacionaba con el regalo
de un escarabajo de oro, algo golpeó en la ventana de su
gabinete. Jung fue a ver que era y al abrir la ventana penetró
en el cuarto un escarabajo, un scarabeide cetonia aurata,
lo más próximo a un escarabajo de oro que puede encontrarse
en nuestras latitudes, especie emparentada con el mítico
escarabajo de oro egipcio -motivo del sueño de su paciente-
y objeto de las pasadas reflexiones del psicólogo.


Cierta noche Jung soñó que la cama de su mujer era una fosa 
profunda con muros tapiados. Era una tumba y recordaba algo
antiguo. Entonces oyó un profundo suspiro, como cuando alguien
expira. Una figura que se parecía a su mujer se incorporó de 
la tumba y surcó los aires. Llevaba una túnica blanca en la que había
bordados extraños, signos negros.
Jung se despertó, despertó a su mujer y miró la hora. Eran las tres 
de la madrugada. A las siete de la mañana les llegó la noticia de que
 una prima de su mujer había muerto a las tres de la madrugada.


Cuando Norman Mailer comenzó su novela Barbary Shore no había en ella ningún espía ruso. Al progresar la novela un espía ruso aparece, desempeñando un papel secundario. A medida que avanzaba la obra, el espía fue ganando cuerpo hasta convertirse en el protagonista principal. Acabada la novela, el Servicio de Inmigración de los EE.UU. arrestó a un hombre que vivía en el piso de abajo de Norman Mailer. Se trataba del coronel Rudolf Abel, el espía ruso más importante de aquel tiempo en Norteamérica.



Cuando el poeta Hart Crane residía en Brooklyn Heights, sintió irresistibles deseos de escribir un poema sobre el puente de Brooklyn, que podía ver desde su ventana. Es el poema por el que es recordado principalmente. Sólo un año más tarde descubrió Crane que la dirección donde residía al componerlo, fue donde vivió Washington Roebling, ingeniero jefe en la construcción del puente.






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