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miércoles, 6 de abril de 2011

Nucleares: No, gracias II




Hiroshima y Nagasaki

Las compañías subcontratan a los mendigos a través de otras empresas, dentro de un sistema que les descarga de la responsabilidad de realizar un seguimiento de los trabajadores, su origen o su salud. La mayor contradicción de lo que está sucediendo en Japón es que los abusos se producen sin apenas protestas en la sociedad del mundo que mejor conoce las consecuencias de la utilización errónea de la energía nuclear. El 6 de agosto de 1945 EEUU lanzó sobre la hasta entonces desconocida ciudad de Hiroshima una bomba atómica que en el momento del impacto acabó con la vida de 50.000 personas. Otras 150.000 murieron en los siguientes cinco años como consecuencia de la radiación. La Historia se repitió días más tarde con el lanzamiento de una segunda bomba sobre Nagasaki.
Tomando como base los efectos de aquellas detonaciones atómicas y la radiactividad que reciben los mendigos nucleares, un estudio revela que hasta 17 de cada 10.000 trabajadores de la calle empleados en las centrales japonesas tienen un “100%” de posibilidades de morir de cáncer. Un número mucho mayor tiene “muchas probabilidades” de correr la misma suerte y cientos más enfermarán de cáncer. Teniendo en cuenta que desde los años 70 más de 300.000 trabajadores temporales han sido reclutados en las centrales japonesas, el profesor Fujita y Higuchi no dejan de hacerse las mismas preguntas: ¿Cuántas víctimas habrán muerto en este tiempo? ¿Cuántas han agonizado sin protestar? ¿Hasta cuándo se permitirá que la energía que consume la adinerada sociedad japonesa dependa del sacrificio de los pobres?
El Gobierno y las empresas se defienden asegurando que nadie ha sido obligado a trabajar en las nucleares y que cualquier empleado puede marcharse cuando le plazca. Un portavoz del Ministerio de Trabajo japonés llegó a decir que “hay trabajos que exponen a la gente a radiaciones y que deben hacerse para mantener el suministro eléctrico”.
No hay duda que los mendigos están dispuestos a ocupar esos puestos. Un día de trabajo limpiando reactores nucleares o descontaminando un área donde ha habido un escape se paga el doble que una jornada trabajando en la construcción, donde casi nunca hay sitio para ellos. La mayoría sueña con reincorporarse a la sociedad e incluso con regresar junto a sus familias gracias al nuevo empleo. Una vez entran en la central nuclear no tardan en darse cuenta de que su destino es ser desechados a los pocos días.
El testimonio de varias víctimas confirma que lo normal es que accedan a las zonas de riesgo con medidores de radiactividad, pero que éstos suelen ser manipulados por los capataces. En ocasiones no es extraño que sean los propios mendigos los que, temiendo ser sustituidos por otros si se sabe que han recibido una dosis excesiva de radiaciones, oculten la situación. “Si la radiación es alta nadie abre la boca por miedo a que no pueda trabajar más”, reconoce Saito, uno de los vagabundos del parque Ueno de Tokio que admite haber hecho “varios trabajos en las plantas nucleares”.
La falta de entrenamiento o preparación para trabajar en centrales nucleares provoca que cada cierto tiempo se produzcan accidentes que se podrían evitar si los empleados hubieran recibido las instrucciones apropiadas. “A nadie parece importarle. Si se les elige es porque nadie va a preguntar por ellos si un día no vuelven del trabajo”, dice Higuchi. Cuando un trabajador temporal acude enfermo al servicio médico de la central nuclear o a hospitales cercanos, los médicos ocultan sistemáticamente la cantidad de radiactividad recibida por el paciente y lo envían de nuevo al tajo con un certificado de “apto”. Los sin techo más desesperados llegan a trabajar por el día en una central y por la noche en otra.
En los últimos dos años, y gracias casi siempre a Fujita y Higuchi, algunos enfermos han empezado a pedir explicaciones. Protestar no es, sin embargo, una opción para la mayoría. Kunio Murai y Ryusuke Umeda, dos esclavos nucleares que cayeron gravemente enfermos tras ser contratados en varias ocasiones, se vieron obligados a retirar sendas demandas después de que uno de los grupos de yakuza que manejan las empresas de contratación subsidiarias les amenazara de muerte.
Transfusiones diarias
Hisashi Ouchi era uno de los tres trabajadores que se encontraban en la planta de procesamiento de fuel de la central nuclear de Tokaimura cuando hubo una fuga que en 1999 desató la alarma en Japón. El empleado recibió una dosis de radiación 17.000 veces superior a la permitida. Murió tras 83 días en el hospital con transfusiones diarias de sangre y trasplantes de piel.
El Ministerio de Trabajo organizó una inspección masiva de todas las plantas del país, pero los responsables de las centrales fueron alertados 24 horas antes, lo que permitió a muchos disimular las irregularidades. Aun así, sólo dos de las 17 nucleares del país pasaron el examen. En el resto se detectaron hasta 25 infracciones que incluían la falta de preparación de los trabajadores, la ausencia de control sobre la exposición de los empleados a la radiactividad y el incumplimiento de los mínimos chequeos médicos legales. Desde entonces, el reclutamiento de mendigos ha continuado.
La central nuclear de Fukushima, a la que fueron conducidos Matsushita y otra decena de mendigos, ha sido denunciada en varias ocasiones por la forma sistemática en la que contrata a trabajadores de la calle. El científico de la Universidad de Keio Yukoo Fujita asegura que en 1999 sus responsables reclutaron a un millar de personas para reemplazar el sarcófago que envolvía uno de los reactores. Tres años después de su propia experiencia en Fukushima, Matsushita admite haber aceptado “dos o tres trabajos más”. A cambio ha perdido lo único que le quedaba: su salud. Hace unos meses comenzó a caérsele el pelo, después vinieron las náuseas y más tarde el diagnóstico de una enfermedad degenerativa. “Me han dicho que me espera una muerte lenta”, dice

.http://qmunty.com/blog/2011/03/23/el-secreto-mejor-guardado-de-la-energia-nuclear-en-japon/d



Mendigos: esclavos nucleares en Japón. David Jiménez. El Mundo, Suplemento. 08/06/2003
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