Imaginemos por un momento que Shakespeare no fuera el autor que conocemos, y que de sus numerosas obras solamente dos o tres hubieran llegado hasta nuestros días; imaginemos que tuviéramos conocimiento de las leyes de la termodinámica de un tal Isaac Newton, pero que el tratado donde las explicara a detalle se hubiera perdido. ¿Cómo sería nuestra cultura, ampliando los ejemplos anteriores, si supiéramos que Albert Einstein escribió, en un pasado remoto, una teoría que da cuenta de multitud de fenómenos, pero cuyo soporte físico así como toda evidencia de su existencia se hubiera perdido?

Este panorama fue el del mundo a principios de la Edad Media, luego de que incendios, sabotajes y saqueos de todo tipo (y no un sólo incendio devastador, como dice la leyenda) destruyeran la Gran Biblioteca de Alejandría, considerada como una de las maravillas del mundo antiguo.
Durante los primeros cuatro siglos después de Cristo, Alejandría fue una ciudad rica en comercio y cultura. La biblioteca se nutría de otras bibliotecas, compradas o hechas copiar, y cada barco que llegara al puerto era revisado en busca de rollos o papiros que no figuraran en el catálogo: se estima que en su llegó a contener casi un millón de obras.

Hoy sabemos, por ejemplo, que Aristarco de Samos escribió que la Tierra era sólo uno de tantos planetas que orbitaban alrededor de un sol central; que Eratóstenes calculó con precisión el tamaño de la Tierra y creó mapas con rigurosa escala; que Herón de Alejandría escribió lo que podemos considerar el primer libro de robótica, al detallar el funcionamiento de máquinas de vapor y trenes de engranes. Sabemos también que Sófocles, uno de los mayores trágicos griegos, escribió 123 obras dramáticas, de las cuales sobreviven sólo siete, y que al igual que los de los nombres anteriores, se han perdido para siempre o quedaron reducidas a fragmentos.

En nuestros días, la biblioteca de Alejandría permanece como un ideal donde todo el conocimiento del mundo está disponible al alcance de la mano a través del Internet: esta magnífica bóveda de conocimiento, con sus posibilidades de intercambio y comunicación, debe ser aprovechada para mejorar nuestra vida para evitar así que la técnica y la ciencia se pongan en favor de la tiranía y la ignorancia.

La biblioteca de Alejandría impulsaba un conocimiento hecho por y para la élite: no se cuestionaba la manera de hacer desaparecer la esclavitud, o de integrar a las mujeres a la sociedad. No existía tal cosa como una difusión masiva del arte y la ciencia, y estas no beneficiaban a la gente común. Desde entonces hemos aprendido que el conocimiento debe servir para hacer más felices a las personas, hacer que su vida sea más plena y disfrutable, además de utilizar las ventajas de la técnica para que el trabajo no sea enajenador sino liberador.