Al margen de la explicación científica, uno se imagina al poderoso Zeus quebrando con violencia las piedras con la fuerza de sus rayos y creando así este fantástico paraje. La combinación del bosque rocoso y el bosque animado nos sugiere una atmósfera propia del mito, recreando la sinfonía pétrea y la magia de los colores del lugar. Nos invade una sensación de habernos trasladado a otro mundo, en el tiempo y en la distancia. Pero no queda la acción del hombre al margen del divino cincelado del lugar.
Allá por el siglo X d.C. se empezaron a dar los primeros brotes de eremitismo, pues el enclave facilita las condiciones idóneas para la vida ascética. Los eremitas vivían en las cuevas de las rocas y en chozas al pie de los peñascos, acudiendo a una iglesia central donde se reunían los días festivos y domingos, iglesia llamada ‘Santa María de la Fuente de la Vida’ (‘Panayiá Zoodojos Piyí’), que aún hoy en día se mantiene en pie desde el siglo XI, así como los frescos que decoran su interior. Esta forma de vida eremítica declinaría en el siglo XIV, cuando al lugar llega el prelado San Atanasio ‘Meteorito’, quien le da nombre al lugar y funda la primera orden monástica que se asentaría en Meteora.
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