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sábado, 25 de febrero de 2012

Sincronicidad I


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Sincronicidad: el significado de las coincidencias                                              en un universo espejo



Investigamos a fondo la sincronicidad, uno de los grandes enigmas del universo: ¿cuál es el significado de las coincidencias? ¿pueden haber eventos sin causas? ¿borran las sincronicidades la frontera entre el mundo de los sueños y el mundo despierto? ¿Seguir las sincronicidades, los signos sutiles en el camino, nos puede llevar al Tao?

Uno de los aspectos más enigmáticos y cautivadores del Universo en el que vivimos es la sincronicidad. A todos nos ha pasado en alguna ocasión una coincidencia tan improbable que nos resulta mágica o perturbadora. Conexiones entre sucesos, personas e información que trascienden la realidad convencional: como si las cosas tuvieran hilos invisibles que sólo por momentos  —en estados de conciencia elevados o por una misteriosa alineación— podemos vislumbrar.

Aunque el concepto de sincronicidad existe al menos desde el tiempo de los Vedas, fue el psicólogo suizo Carl Jung quien acuñó el término e inició el estudio de este fenómeno de manera rigurosa, si no científica: la dificultad de abordar la sincronicidad desde una metodología solamente científica yace en que los eventos que se concatenan lo hacen sin tener una causa, al menos no una causa que podamos encontrar dentro de los límites de la física clásica y de un universo mécanico. Consciente de la vastedad y elusividad del principio de la sincronicidad, Jung ensayó diversas definiciones a manera de un acercamiento teórico. Empezando desde lo más general y sintético podemos decir con Jung que la sincronicidad es “la ocurrencia temporal coincidente de eventos acausales”, que es un “principio de conexión acausal”, una “coincidencia significativa” o que es un “paralelismo acausal”.



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Pero la sincronicidad para Jung va mucho más allá de estas someras descripciones. Toca y se entronca con los campos más profundos de la mente humana, siendo en muchos casos una manifestación externa del inconsciente colectivo, a veces materializada a través de símbolos. Jung creía que las “coincidencias” no solo estaban gobernadas por el azar —siendo que su probabilidad de suceder era tan poca que podrían considerarse estadísticamente significativas— sino por una dinámica más profunda. Coincide en esto con el texto gnóstico del Kybalion, que dice: “Azar no es más que el nombre que se da a una ley desconocida; hay muchos planos de causación”. Y para ampliar la madeja de posibles conexiones, recordemos que Don Juan le dice a Carlos Castaneda, como si fuera un experto jugador de póquer de realidades alternas, que la suerte es una forma de poder.

Al igual que su concepto de los arquetipos, Jung, lo mismo que el físico Wolfgang Pauli, pensaba que la sincronicidad era una expresión de lo que llamaba unus mundusuna realidad unificada subyacente de la cual todo lo que vemos emerge y a la cual todo regresa. Este unus mundus es similar a la teoría de la mecánica cuántica de David Bohm expuesta en La Totalidad y el Orden Implicado, en la que se postula la existencia de una especie de mar universal de energía infinita del cual se desdobla —o se ex-plica— el mundo material fenoménico que percibimos, el cual apenas es una ondulación en la superficie de lo inconmensurable. Para Jung la improbable pero significativa coincidencia de una sincronicidad era posible por el hecho de que tanto el observador como el evento observado a fin de cuentas brotan de una misma fuente, del unus mundus. Es decir, la conexión acausal, a distancia, sin la aparente acción de una fuerza física (conocida) sería posible porque en profundidad todos los eventos y todos los sujetos que perciben un evento no son más que la misma cosa. El uno es el otro: es el mismo. “We are like islands in the sea, separate on the surface but connected in the deep”, dijo à propos William James. Es como si todo lo que ocurriera en el universo en realidad ocurriera dentro de una sola mente, que por momentos y siempre en la superficie, padece una esquizofrenia omnipotente. Pero más allá de sugerir esta idea un tanto trillada de la unidad subyacente, del todo en cada parte, del holograma que se proyecta en el mundo, en fractales, invetiguemos la sincronicidad y deshebremos el misterio de la coincidenci 
Cables de un Universo Paralelo /¿Qué hay detrás de una coincidencia? 
Después de esta breve introducción al fascinante mundo de la sincronicidad, entremos en materia. Aquí lo interesante son las sincronicidades, las experiencias, lo que se vive y mistifica.  Estoy seguro de que todas las personas que están leyendo este texto sobre la sincronicidad —el cual pretende ser un espejo— han sentido el asombro medular de descubrir que una coincidencia en sus vidas tiene un significado oculto. Es decir, que más allá de lo inefable y extraño que puede ser que yo me haya encontrado en la calle a una persona que no había visto hace años justo después de haber soñado con ella la noche anterior, o de que por alguna razón decido abrir un libro y en esa página “azarosa” me encuentro con la palabra exacta que  antes ya flotaba en mi mente, o tal vez estoy considerando viajar y salgo a la calle y veo las placas de un coche que dicen LSD, estas co-ocurrencias nos están diciendo algo, el universo o nosotros mismos estamos queriendo comunicar algo, algo que va más allá de la trivialidad cotidiana en la cual generalmente nos movemos. Veamos algunos ejemplos.
En su ensayo Synchronicity (1952) Jung relata un evento sincrónico  que ha pasado a ser un referente:
Una joven paciente soñó, en un momento decisivo de su tratamiento, que le regalaban un escarabajo de oro. Mientras ella me contaba el sueño yo estaba sentado de espaldas a la ventana cerrada. De repente, oí detrás de mí un ruido como si algo golpeara suavemente la ventana. Me di media vuelta y vi fuera un insecto volador que chocaba contra la ventana. Abrí la ventana y capture a la criatura mientras volaba hacia el interior de la habitación . Era la analogía más próxima a un escarabajo de oro que pueda darse en nuestras latitudes, a saber, un escarabeido (crisomélido), la Cetonia aurata, la «cetonia común», que al parecer, en contra de sus costumbres habituales, se vio en la necesidad de entrar en una habitación oscura precisamente en ese momento. Tengo que decir que no me había ocurrido nada semejante ni antes ni después de aquello, y que el sueño de aquella paciente sigue siendo un caso único en mi experiencia.



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Jung interpretó que la aparición material de un escarabajo onírico tenía un contenido simbólico altamente significativo para el presente de su paciente. El escarabajo es un símbolo egipcio del renacimiento —algo que la psique dentro de un proceso de sanación o de alquimia necesita experimentar: morir para renacer en su sí mismo; los símbolos son el lenguaje de los sueños. Esta afirmación en la realidad “objetiva” de la imaginación subjetiva nos sugiere que la sincronicidad podría actuar como un vaso comunicante entre el mundo de la vigilia y el mundo de los sueños, erradicando, al menos parcialmente, la brecha supuestamente insalvable entre estos mundos. Según Braud y Anderson, la sincronicidad es  ”una coincidencia significativa entre un estado interno, usualmente de necesidad, y un evento externo inexplicable que corresponde a/o responde a la necesidad”
Siguiendo este tren de ideas podemos hablar de algo como un “dreamwake continuum“, similar a Alcheringa, el “Tiempo del Sueño” de los aborígenes australianos, en el que se disuelven las fronteras entre lo que soñamos y vivimos, es más, lo que hacemos soñando se filtra a la realidad y se convierte en lo que vivimos —posiblemente las ideas platónicas y los arquetipos que gobiernan el mundo en la psicología jungiana se proyecten a nuestra realidad desde estos espacios astrales de ensueño. El mismo Jung percibió esta analogía creativa en la sincronicidad: “La sincronicidad en sentido estricto solo es un caso especial de un orden general acausal que da lugar a actos de creación en el tiempo“. De manera más poética, Octavio Paz había dicho: “Hay que dormir con los ojos abiertos /hay que soñar con las manos/soñemos sueños activos de río/buscando su cauce/sueños de sol soñando sus mundos”.  Una disciplina etérea probablemente rendirá frutos: las imágenes que generamos en el fuero interno —con el fuego interno— se podrán volver vibrantes edificios para experimentar los deseos narrativos más profundos de nuestro espíritu. 

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Regresando a las experiencias puntuales de sincronicidad —y es inevitable tomar excursiones momentáneas para conectar diversos aspectos, cauces no lineales que confluyen simultáneamente tejiendo un mandala más complejo— recordemos que Jung escribió que el caso del escarabajo dorado fue el más sobresaliente ejemplo de sincronicidad que vivió. Tal vez esto sea cierto pero quizás haya una sincronicidad entrelazada a Jung aún más sorprendente. En el marco del 40° aniversario de la muerte de Carl Gustav Jung, la Dra. Irene Gad contó la siguiente anécdota sincromística
La tarde en que Jung murió, una gran tormenta eléctrica estalló sobre su casa en Künsnach, como si la naturaleza misma se hubiera movilizado a reconocer el evento. Y casi justo en el momento en el que murió, un relámpago atronó su árbol favorito en el jardín. Algunos años después Laurens van der Post estaba haciendo una película sobre la vida de Jung. La última secuencia iba a a ser filmada en la casa de Jung. 
Laurens van der Post continúa:
Cuando llegó el momento de hablar directamente a la cámara de la muerte de Jung y  empecé a describir cómo un rayo demolió su árbol favorito, otro rayo cayó en el jardín. El relámpago sonó tan fuerte que me produjo un sobresalto. Y hasta la fecha, el sobresalto, el relámpago y el impedimento de habla que me provocó pueden ser vistos en la película, así como el rayo aparece en la pantalla sobre el lago atormentado y los árboles agitados por el vendaval.
El relámpago, se sabe, es el símbolo de la divinidad suprema en diferentes culturas y  evoca una especie de muerte luminosa. El árbol evidentemente es el símbolo más común de la vida. Jung se habría servido un festín simbólico para analizar esta, su última sincronicidad. De cualquier forma parece una tributo merecido del Universo —un broche de oro Ouroboros- que el padre de la sincronicidad haya dejado el mundo con una sincronicidad tan especial. Un sí celestial,  una caravana cósmica o un Dios que le cierra el ojo. Y a la vez el rayo en el cielo como un eterno signo de interrogación, de un enigma que pese a tener un momento de desnuda claridad, sigue ahí.




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SINCRONUMEROLOGÍA
Los númenes de la sincronicidad, esos geniecillos de las manecillas de la realidad, también habitan en los números. Uno de los casos más comunes en la actualidad es el fenómeno del 11:11. Cientos de miles de personas, acaso por la sugestión mental del New Age o por un código planetario en aras de activarse,  reportan tener momentos epifánicos constantemente detectando esta hora. “Sí, la sincronicidad. Estás codificando tu propia vibración y permitiendo que tu conciencia te recuerde que estás en esa vía,  cuando estás en esa frecuencia. Algunos individuos usan diferentes números en diferentes momentos”, dice Bashar. Lo interesante de esto es que el llamado reloj biológico interno parece derramarse, como el tiempo líquido de Dalí, hacia el mundo externo, el cual, entonces, se convierte en nuestro espejo —un espejo como el de Alicia.
La persistencia de la memoria -Salvador Dalí- 1931
Museo de Arte Moderno de Nueva York -USA-
La sincronicidad numérica más popular en las dimensiones que frecuentamos en Pijama Surf es la del número 23, la cual ha sido popularizada por Robert Anton Wilson, uno de nuestros escritores favoritos:
Escuché por primera vez sobre el enigma del 23 de William S. Burroughs, autor de  Naked LunchNova Express, etc. Según Burroughs, él había conocido a un tal Capitán Clark, cerca de 1960 en Marruecos, quien había presumido haber navegado 23 años sin accidentarse. Ese mismo día, el barco de Clark tuvo un accidente que mató a todos abordo.  Cuando Burroughs estaba pensando en este crudo ejemplo de la ironía de los dioses, esa tarde, un boletín en la radio anunció el choque de un avión en Florida. El piloto era otro capitán Clark y el vuelo era el 23.


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El caso del número 23 en la mente de uno de los escritores más psicodélicos pero también uno de los menos crédulos nos conduce a un extraño túnel de realidad:
El 23 de julio de 1973 tuve la impresión de ser contactado por algún tipo de inteligencia avanzada del sistema estelar binario de Sirio. He tenido extrañas experiencias psíquicas como esa durante algunos años y siempre las registro cuidadosamente, pero me niego a tomarlas literalmente, hasta que o solo si obtengo evidencia de naturaleza objetiva que las sustenta.
Anton Wilson descubrió que el 23 está estrechamente asociado a Sirio. Los sacerdotes egipcios empezaban sus rituales dedicados a esta estrella (a su vez asociada a una divinidad) el 23 julio, fecha en la que empiezan los días de la canícula. Sirio está en la constelación del Canis Mayor. Anton Wilson encontró múltiples coincidencias relacionadas con Sirio, el número 23 y ciertos fenómenos que ocurrieron en su vida (algunas de las cuales pueden consultarse aquí). Quizás lo más sobresaliente fue el encuentro del libro The Sirius Mystery, en el que Robert KG Temple propone, investigando a la tribu africana de los Dogon y su aparente conocimiento del sistema estelar binario de Sirio sin contar con herramientas tecnológicas que lo hiceran posible, que un contacto entre una civilización proveniente de Sirio y la Tierra ocurrió cerca del años 4500 AC. Algunos años después Anton Wilson, autor del libro Illuminatus! Trilogy, desestimó su creencia temporal de haber recibido comunicación astral y la atribuyó a diversos factores más terrenales. Como parte de su espíritu agnóstico, sin embargo, tampoco la descartó del todo.
Añadiendo un poco a este telar de conexiones, se me ocurre que el número 23 en nuestra época está sobre todo relacionado con Michael Jordan, quien lo usó inmortalmente en el dorso de su jersey. Curiosamente Jordan y sus Chicago Bulls durante años salieron a la cancha en la oscuridad con la canción “Sirius” de Alan Parsons Project. Este track en el disco original está mezclado con el track “Eye in the Sky”, el cual remite al Ojo que Todo lo Ve, al Ojo de Horus, que actualmente se asocia con la mítica y un tanto cómica sociedad secreta de los Iluminati, la cual tuvo en Robert Anton Wilson a su máximo crítico.

UN EJEMPLO PERSONAL DE SINCRONICIDAD
Por mi parte quisiera compartir una sincronicidad reciente y abrir su escurridizo significado a la inteligencia colectiva.  Una de las motivaciones para escribir este artículo sobre la sincronicidad fue que la semana pasada me encontré con este texto de Erik Davis. El autor de Techgnosis cuenta cómo al final de un Rainbow Gathering en los 90, antes de ir a buscar su auto y regresar a “Babylon”, aún colocado (por no sabemos qué sustancias) se detuvo ante un pequeño círculo donde un hombre de barbas con un vestido sacerdotal entonaba un himno a Ahura Mazda, Dios de la Luz precursor de Zoroastro. “Ahura”, según explica Davis, significa “Señor”,  y “Mazda”, según su raíz proto-indoeuropea, “sabio”; el hombre que cantaba comentó que los nombres de muchos dioses resuenan con el chakra del corazón: Anahata. El himno hizo a Davis sentir “la confianza luminiscente del amor abstracto”. Después de un rato siguió hacia afuera del lugar donde se había celebrado la fiesta Rainbow. En el estacionamiento las cosas parecían dejar su estado encantado para regresar a la realidad mundana. Ante de llegar a su vehículo, un poco perdido en estas divagaciones, un auto en reversa casi lo atropella. Alarmado por este estímulo repentino Davis inmediatamente reconoció encima de la placa la marca del auto: Mazda.
Leer esta anécdota sincromística me pareció interesante, pero seguramente no la estaría relatando aquí sino hubiera visto, poco después de terminar de leer el artículo, el like de una chica llamada Aura Mazda a un artículo de Pijamasurf que publiqué en Facebook  (una chica que, por cierto, parece ser un avatar).

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Ya con la consigna en mi mente de escribir sobre la sincronicidad, el siguiente día me aprestaba a visitar a un viejo amigo que hace regresiones utilizando un sincretismo entre el psicoanálisis jungiano y las tradiciones ocultas mesoamericanas. No recordaba cómo llegar a su casa y la zona en la que estaba me era poco familiar, por lo cual en el camino llamé  a otro amigo que conocía bien la dirección.  Sentí un escalofrío cuando me dijo, “la salida es después de la Mazda” 
No sé sinceramente si este episodio tenga algún significado profundo. Algunas personas señalan que las sincronicidades fundamentalmente son formas de darnos cuenta de que vamos por el camino indicado: nuestro propio camino, siguiendo nuestro propio guión, guiños del cosmos. Quizás esto es lo que me estaba comunicando. Aunque tal vez hay algo que debo descubrir sobre Ahura Mazda, la divinidad luminosa del primer sistema teológico dualista que se conoce. Posiblemente el motivo de la sincronicidad era simplemente que ocurriera para que la pudiera escribir en este artículo y generar una nueva cadena de enlaces y enigmas. Y tal vez de alguna manera me programé para experimentar esta sincronicidad, sabiendo que estaba por escribir sobre la sincronicidad —algo que de cualquier forma deja la interrogante de cómo mi mente fue capaz de materializar una serie de eventos aparentemente externos en los que se reflejara el código de Ahura Mazda. Y sí, estoy pensando en tal vez adquirir un auto, un Mazda que me lleve por esas frecuencias —o, en palabras de un colaborador de PijamaSurf: “Por la supercarretera de la poiesis holográfica en el ámbito de la hiper permeabilidad”.




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1 comentario:

  1. Liliana:

    Pretendía enviarte un artículo sobre literatura a través del mail que aparece en tu perfil @live, pero no estaba seguro si era correcto. Igualmente lo he publicado en mi blog.

    Un abrazo.
    Marc V.

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