La lapicera

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sábado, 25 de octubre de 2014

Montserrat II


Desde el Monasterio, a 721 metros sobre el nivel del mar, podemos subir 
hacia la cumbre de San Jerónimo (Sant Jeroni), situada a 1224 metros. Es decir, el desnivel a superar es de 503 metros. Tras superar 1024 escalones se llega al “Pla dels Ocells”, o Plano de los Pájaros, a 930 metros de altitud. Siguiendo junto al lecho del torrente de Santa María, que casi siempre permanece seco debido a la naturaleza cárstica (de karst) de la montaña, que impide la existencia de corrientes de agua en superficie. Con el nombre de karst (del alemán Karst: meseta de piedra caliza), carst o carso se conoce a una forma de relieve originado por meteorización química de determinadas rocas, como la caliza, dolomía, aljez, etc., compuestas por minerales solubles en agua. Un karst se produce por disolución indirecta del carbonato cálcico de las rocas calizas debido a la acción de aguas ligeramente ácidas. El agua se acidifica cuando se enriquece en dióxido de carbono, por ejemplo cuando atraviesa un suelo, y reacciona con el carbonato, formando bicarbonato, que es soluble. Hay otro tipo de rocas, las evaporitas, como por ejemplo el yeso, que se disuelven sin necesidad de aguas ácidas. Las aguas superficiales y subterráneas van disolviendo la roca y creando galerías y cuevas que, por hundimiento parcial, forman dolinas y, por hundimiento total, forman cañones. Existen otras muchas formas kársticas según si estas formas se producen en superficie o por el contrario son geomorfológicas que aparecen en cavidades subterráneas. Cuando el agua, cargada de gas y piedra caliza disuelta en forma de bicarbonato cálcico, llega a una cavidad más grande que las fisuras por las que ha pasado, puede evaporarse lentamente y las sales disueltas en el agua llegan a cristalizarse en determinadas circunstancias, por ejemplo, al gotear desde el techo de una cueva hacia el suelo, formando estalactitas en el techo, estalagmitas en el suelo, columnas cuando estas dos formas llegan a unirse o, si se estanca en una cavidad, se pueden formar geodas.



Caminando entre bosques de encina alternados con algunos arces y salpicados de acebos y otros arbustos, se llega a la ermita de San Jerónimo, a 1150 metros de altitud. Desde la ermita de San Jerónimo hay que vencer un último desnivel de 74 metros para llegar hasta la cumbre a 1224 metros, la mayor altitud de Montserrat. En el centro de la pequeña explanada circular tenemos una “rosa de los vientos” de acero indicando y señalando las montañas que pueden divisarse. Si nos apoyamos a la barandilla que hay junto el barranco norte, vemos 700 metros de caída libre. En invierno, la nieve cubre de blanco las cumbres del Pirineo que se divisan en el horizonte norte y por las mañanas la niebla gusta de ascender sinuosa desperezándose y abandonando los valles. En un día muy claro puede llegar a verse la isla de Mallorca, en dirección al sur coronada por su montaña del Puigmajor. En primer término vemos las minas de sal de Cardona, y detrás están las los Rasos de Peguera, primera elevación que supera los dos mil metros de altitud del Pirineo sur. Más al norte, el Puigmal y hacia el nordeste el Canigó, ya en el Rosellón francés. Girando un poco hacia el noroeste destaca el Aneto, pico más alto del Pirineo, y más hacia el noroeste vemos todo el Pirineo Central. Ya de vuelta en el monasterio podemos ver, en una formación natural, una roca que se alza, como guardián, al otro lado del torrente de Santa María, hacia el sur. Es una figura de roca, con forma desafiante que llama la atención. Recuerda a un ser alado poderoso como las antiguas estatuas sumerias, persas o hititas.


La “Moreneta” es una talla de madera de álamo blanco que fue encontrada a finales del siglo XI por unos pastores que recorrían los valles cercanos con sus rebaños. Guiados por luces y sonidos angelicales (¡!), siete pastores de Monistrol, y a lo largo de siete sábados seguidos, vieron descender varias luminarias sobre un lugar concreto de la montaña donde se halla una cueva. Llevados hasta la cueva, iluminada por un resplandor sobrenatural, encontraron la figura de la que sería la patrona de Cataluña: una “virgen negra”. Cuando el entonces obispo de Barcelona ordenó que la imagen fuera conducida a la catedral de la ciudad condal (Barcelona), la talla multiplicó tanto su peso que fue inútil todo esfuerzo por desplazarla. Permaneció en el lugar y fue erigida para ella una ermita. Sobre este lugar se edificará con el tiempo el monasterio benedictino y la basílica que le darán culto. El 21 de febrero de 1345, cientos de personas pudieron ver cómo una luz procedente de Montserrat entraba por la antigua iglesia del Carmen de Manresa, luz que “pareciera ser una estrella”, la cual se dividió en tres, reagrupándose de nuevo en la capilla de la Santísima Trinidad, para salir luego despedida hacia Montserrat. Tanto impacto causó ese fenómeno que todos los 21 de febrero se sigue celebrando la fiesta de “La Misteriosa Llum” (la misteriosa luz) en recuerdo de aquel extraño evento.


El culto de la diosa egipcia Isis estaría el origen del culto cris­tiano de la Virgen, pues la diosa egipcia era la simboli­zación de la Naturaleza, siempre fecundada, pero siem­pre virgen. Las vírgenes negras son efigies de la Virgen María que la representan como de piel oscura, o incluso completamente negra. Representaciones modernas en las que a la Virgen se la ha dotado premeditadamente de un aspecto étnico negro no entran dentro de esta categoría. El origen de estas imágenes se explica como la adopción por parte del culto popular cristiano en sus primeros siglos de elementos iconográficos y atributos de antiguas deidades femeninas de la fertilidad, cuyos rostros se realizaban en marfil (elemento que al oxidarse se vuelve de un color negruzco), y cuyo culto estaba extendido por todo el Imperio Romano tardío, tales como Isis, Cibeles y Artemisa. Debido a ello pueden encontrarse ejemplos de estas vírgenes por toda Europa. La veneración a las vírgenes negras tiene también numerosos ejemplos en América impulsada por la conquista española. Allí las vírgenes negras del Viejo Mundo surgidas del sincretismo religioso cristiano-pagano atravesarían en algunos casos una identificación con deidades femeninas amerindias o africanas como Pachamama o Yemayá.

Los esoteristas medievales utilizaron el color negro en las imágenes de la Virgen, recogiendo el legado de las diosas madres prehistóricas y de sus sucesoras paganas, Isis, Belisana o Artemisa. En el origen del culto a las diosas madres prehistóricas encontramos unas piedras negras caídas del cielo, los meteoritos, adorados como generadores de vida. En nuestros días pueden encontrarse las vírgenes negras en muchos países europeos, especialmente en Francia y España como objeto de gran devoción popular. En la mitología de la antigua Europa céltica, sobre las colinas sagradas dedicadas a la Madre Tierra, llamada Brigit o Belisana, se encendía, el primer día de febrero, una hoguera, el Kildare, que custodiaban nueve vírgenes. Sobre esa hoguera, los druidas cocían en un recipiente, que representaba el caldero mágico del dios Lug, una poción de hierbas medicinales para que la energía regeneradora de los dioses beneficiara al pueblo. Cuando llegaba la noche, cada cual encendía una antorcha en las brasas del Kildare, de manera que éste, a semejanza del fuego cósmico, derramase bendiciones sobre la familia y sus posesiones. Cuando se estableció el Cristianismo en el viejo mundo se rezaba a Jesús pero, aún así, muchos continuaron con la celebración de los antiguos ritos y subían a los montes a encender sus hogueras tradicionales y a cocer sus pociones, regresando a las casas con sus antorchas mágicas encendidas. La Iglesia se dio cuenta de que no podría acabar con estas costumbres y, en lugar de combatirlas, las substituyó por otras similares, celebradas en fechas parecidas y dedicadas a vírgenes y santos que habían adoptado los caracteres de los antiguos dioses y diosas. Así, Nuestra Señora de la Candelaria toma el lugar de Belisana y es acompañada los días 1 y 2 de febrero por San Lucas, que reemplaza a Lug, dios del caldero. La sacaban en procesión con una vela en la mano rodeada por doncellas que portaban cirios encendidos y los fieles le ofrecían ramos de hierbas medicinales. El sacerdote culminaba la celebración presentándola a todos como La Virgen Madre que trae la Luz al mundo. Lo llamativo, sin embargo, es que su imagen era de color negro ¿Por qué, quién y cómo escogió el color negro para una figura cristiana que debía substituir el viejo culto a la Madre Tierra?
A lo largo de la Edad Media, las imágenes de las Vírgenes de rasgos europeos pero de piel negra, fueron abundantes. Tanto es así, que algunas de ellas han llegado hasta nuestros días. Buenos ejemplos lo constituyen las Vírgenes francesas de Marsat y Rocamadour, las alemanas de Altötting y Colonia, las británicas de Glastonbury y Walsingham, las italianas de Loreto y Nápoles y las españolas de Montserrat y Solsona (Catalunya), la de Atocha (Madrid) o las de Peña de Francia y Guadalupe (Extremadura), por mencionar tan solo unas cuantas. La realidad es que en cada lugar donde hubo un santuario a la Madre Tierra se instaló una Virgen Negra. Los autores de esta substitución fueron miembros de órdenes esotéricas, integrados en importantes órdenes religiosas, como las de San Antón, San Benito o el Temple. Oriente Medio siempre fue un punto de confluencia donde se dieron cita tanto las grandes como las pequeñas religiones mistéricas de la antigüedad. En tiempos de las Cruzadas, Tierra Santa conservaba aún restos de cultos iniciáticos a Dionisos, Mithra e Isis, que se entremezclaban con las prácticas de algunos grupos de cristianos orientales. Entre los cultos de Oriente Medio sobresale el de la Diosa Madre, que aparece en todas las grandes religiones de la antigüedad aunque su origen es anterior a ellas. Encontramos así, bajo diversas formas, una Gran Madre o Diosa Tierra, cuyos más antiguos antecedentes son las “Venus paleolíticas” de la prehistoria. Estas diosas (Isis, Astarté, Cibeles o Artemisa), fueron representadas generalmente de color negro porque eran el símbolo de la Tierra primigenia que, una vez fecundada por el Sol, se convertía en fuente de toda vida. Pero también porque muchas de esas imágenes substituían a una Piedra Negra de origen meteorítico, que había sido venerada en esos santuarios desde tiempo inmemorial.


Tanta llegó a ser la fama de poder divino de tales rocas meteóricas que los romanos las requisaron en los países conquistados para venerarlas todas juntas en un templo dedicado a la Magna Mater (la Gran Madre) que construyeron en el Palatino de Roma. Allí lograron reunir la piedra Kybele de Frigia, la Lapis Lineus de Anatolia y El Gebel de Siria entre otras. Y a ellas acudía el pueblo en general para solicitar favores, especialmente relacionados con la fecundidad, tanto como con la fertilidad intelectual y espiritual. Esta veneración por las piedras negras celestes llegó hasta la Edad Media. El ejemplar más famoso, puesto que su culto persiste hasta nuestros días, es el de la negra roca basáltica conservada en el valle de Arabia donde se le adora en el templo llamado Kaaba (ver figura anterior). Cuando los musulmanes conquistaron La Meca en el año 683 y se apoderaron del templo de la Kaaba, destruyeron 360 ídolos que se encontraban en su interior, pero respetaron, sin embargo la mencionada piedra negra. Por su parte, cuando los templarios entraron en posesión de Chipre, hacia el 1191, encontraron que todavía los habitantes bizantinos de la isla rendían culto, en Pafos, a una Piedra Negra que para los fenicios había personificado a Astarté y que los dorios habían identificado con Afrodita Cipris. Los templarios levantaron allí una iglesia dedicada a Nuestra Señora y pusieron en su altar a una Virgen Negra, en cuyo trono cúbico guardaron la piedra como una reliquia preciosa.



Así, tanto musulmanes como cristianos, demostraban una especie de temor reverente ante la idea de destruir una piedra negra que se consideraba sagrada. Atendiendo a diversos simbolismos, parecería que esta adoración de piedras caídas del cielo explicaban de cierta forma el origen de la Vida y su renovación cíclica, por constituir la plasmación material del estado espiritual. Según el simbolismo cabalístico tradicional, por ejemplo, la Piedra Negra Celesteestá relacionada con todas las formas derivadas de la Diosa Madre Tierra o asimiladas a ella. En la Cábala Hebraica encontramos: “El mundo solo comenzó a existir cuando Dios cogió la Piedra de Fundación y la lanzó al abismo de las posibilidades, para que pudiera construirse el mundo sobre ella“. Encontramos también ideas afines en el mito griego del Diluvio y entre los celtas. Los antonianos y los benedictinos del Siglo XI y, tras ellos, los cistercienses y templarios en el Siglo XII asimilaron el sincretismo a través de los contactos que tenían con Anatolia, Siria, Chipre y Egipto, y llenaron Occidente de imágenes de la Virgen Negra, que tenían ocultas en su interior piedras de ese color. Estas vírgenes no fueron instaladas al azar.

Los santuarios de las imágenes negras occidentales se levantan sobre las ruinas de templos paganos, que a su vez fueron edificados sobre sitios de adoración prehistóricos megalíticos y son herederos no sólo de sus piedras, bosques, manantiales y pozos, sino de sus ritos, tradiciones, mitos y folklore, que aun están presentes en las celebraciones que honran a las Vírgenes Negras. Hoy día encontramos Vírgenes Negras diseminadas por todo el mundo: En Europa: Francia ( que es el país que tiene mayor número de Vírgenes Negras), Alemania, Austria, Bélgica, República Checa, Holanda, Hungría, Inglaterra, Irlanda, Italia, Lituania, Malta, Polonia, Portugal, Suiza o España. Aparecen igualmente en América, aunque no pueden considerarse rigurosamente como auténticas puesto que algunas son copias o llegaron después de la conquista española. Las vemos en Canadá, Bolivia, Brasil, Ecuador y México. Los hieráticos y morenos rostros de las Vírgenes Negras parecen invitarnos a una búsqueda iniciática personal tras la sabiduría y la suma de conocimiento que han encerrado durante siglos y que, en verdad, aunque requiere perseverancia y esfuerzo, se encuentra al alcance de nuestras manos.

Cada aniversario de la consagración de la Basílica de Montserrat, que tuvo lugar el 2 de febrero de 1592, se celebra su fiesta dentro del calendario litúrgico. Montserrat, además de ser un santuario mariano, destaca como uno de los más importantes “Santuarios Ufológicos” de España. Lluis José Grífol, desde 1977, concentra cada día 11 de mes a cuantas personas deseen tratar de avistar “naves trazadoras”. Montserrat es un macizo de impresionantes formaciones geológicas. Oficialmente la formación de la montaña se atribuye a explicaciones racionales y “lógicas”, pero ninguna de estas teorías da una explicación a sus extrañas formas. Montserrat ha inspirado a místicos, ermitaños y grandes artistas. ¿Cuál es el tesoro que se esconde en su interior? ¿Cuál es la energía o la fuerza que ha llegado a conformar tan hermosas formas que apuntan siempre hacia la verticalidad? Pero uno de los mayores misterios de Montserrat es su mundo subterráneo. De la multitud de grutas y pasadizos que oculta la montaña en su interior, solamente pueden visitarse sin dificultad los 549 metros que conforman la “zona visitable” de la Cueva del Salnitre (La Cova de Salnitre), que se encuentra en el término municipal de Collbató, en la misma falda de la montaña de Montserrat, que por las características geológicas de conglomerado es propicia a la existencia de cuevas y pozos.



Las “Cuevas del Salitre” son cuevas de sal nítrica. Son unas cuevas preciosas, con estalactitas y estalagmitas con formas realmente extraordinarias y fantásticas (columnas, un elefante y hasta la misma Moreneta). Esas cuevas están divididas por salas y cada cual tiene un nombre que a oídas parece misterioso, son nombres tales como el pozo del diablo, la cueva de las columnas, la cueva del elefante, la boca del infierno, la cueva de la virgen, la cueva de los murciélagos, la sacristía y el confesionario, donde se dice que hay un misterioso secreto que puede ser trascendental. Las cuevas terminan en el pabellón de la virgen y el camino no va más allá. Pero gráficos, planos y testimonios de las exploraciones hechas en los siglos XV y XVI nos dicen que, efectivamente, debajo la montaña existe un fantástico lago. Hay archivos de la biblioteca del monasterio que constatan que un monje científico y doctor en farmacia recopiló la información necesaria para probar la existencia de este mundo subterráneo, descubriendo un gran río que cruzaba toda la sierra de arriba a abajo. Sabemos que las cuevas tienen un final pero en este supuesto final hay ciertos corrientes de aire ascendiente que proceden del interior. Se sospecha que el camino que lleva al centro está cortado por desprendimientos de piedras y tierra y por eso es imposible de bajar.



Muy cerca de esta cueva se encuentra la Cova Freda (cerrada al público), donde en su interior se encontraron restos de cerámica neolítica. Ya se conocía de su existencia en el siglo XVIII, y en la mitad del XIX fueron visitadas por personajes ilustres como por ejemplo Antonio Gaudí, al que las formas de las estalactitas y estalagmitas le inspiraron en sus obras arquitectónicas. Para acceder a la cueva hay que subir por una escalera hasta la entrada de la misma. La longitud visitable de esta cueva es de 549m., con un desnivel de 20m. Tiene una temperatura interior constante de 14ºC y una humedad relativa del 97%. La parte superior no está adaptada para la visita turística y es la única zona que no es posible recorrer. El resto se va iluminando a medida que el grupo de visitantes va avanzando por su interior, siempre acompañados por un guía que comenta todas las historias y curiosidades de las formas geológicas que la integran. La Cova de la Catedral es la sala central, de grandes dimensiones, que podría contener la Catedral de Barcelona. El Pou del Diable, donde por medio de una escalera descendemos a un pozo de 16m. En este punto se inicia un recorrido horizontal de 549m. por las galerías de la cueva. Se camina por diferentes salas con estalactitas y estalagmitas, como L’Ou Ferrat (El Huevo Frito), La Muntanya de Montserrat, El Porc senglar (El Jabalí) o Les Busties (Los Buzones). Al final se llega a la sala Cova de la Verge, donde se encuentra una formación con la imagen de perfil de la Virgen de Montserrat. Después se inicia el retorno por el mismo itinerario.

Lo cierto es que Montserrat es una montaña en la que se producen inquietantes manifestaciones energéticas. Entre los sucesos más enigmáticos, figuran las desapariciones de varias personas sin dejar rastro. Se dice que en esta montaña existen puertas inter-dimensionales. Y se afirma que hay una conexión directa entre Agharta (El llamado reino subterráneo de los dioses) y Montserrat. Se dice que la energía que mana de la montaña mágica procede de este mundo intraterrestre. En definitiva, una puerta al otro mundo. Las leyendas dicen que cuando la Atlántida cayó destruida, desapareciendo de la faz de la tierra, un grupo de atlantes supervivientes creó este “portal”, conformándose así las audaces formas de Montserrat. Algunos registros antiguos afirman que Montserrat es una montaña hueca y que en su interior existe un lago subterráneo. En entornos ocultistas se afirma que en este lugar“intraterrestre”, oculto al mundo, está conservado el Santo Grial, preciado objeto custodiado por ángeles y creador de toda la magia presente en la montaña barcelonesa. La mitología del Grial, tal y como fue conocida por la Europa de las Cruzadas, ubica la localización exacta del cáliz sagrado en el norte de España, junto a las estribaciones del Pirineo, en una cordillera o montaña llamada Mont-Salvat. Muchos creyeron que el Mont-Salvat mitológico es en realidad Montserrat, por lo que lo buscaron en sus grutas, aparentemente infructuosamente. Los nazis recogieron este testigo y lo buscaron inspirados por doctrinas esotéricas. Otto Rahn, oficial de las SS, inspeccionó Montserrat desde 1934, tras su estancia en la región de Montsegur en el Pirineo francés. Y Himmler, el Reichführer SS, visitó Barcelona y Montserrat en 1940. Los nazis trataban de conseguir la Fuerza que emana del Grial para convertirse en invencibles.


Himmler mostró especial interés por las formaciones geológicas de la montaña, así como por el acceso a su mundo subterráneo. Montserrat se halla unida a otros diversos lugares diseminados
por el mundo, conformando posibles puertas de entrada a Agharta. Se dice que Agartha no fue siempre subterránea, y no permanecerá siempre oculta; vendrá un tiempo en el que los «pueblos de Agartha saldrán de sus cavernas y aparecerán sobre la superficie de la tierra». Se hizo subterráneo «hace más de seis mil años», y ocurre que esta fecha corresponde, con una muy suficiente aproximación, al comienzo de la «edad de hierro». La leyenda explica que hay una conexión directa entre Agharta (El Reino Subterráneo de los dioses) y Montserrat y la energía que mana de la montaña mágica procede de este mundo intraterrestre. Las profecías de Agartha dicen que “cuando el ser humano olvide la divinidad, la corrupción reinará y dominará el mundo. Entonces los hombres serán seres sedientos de la sangre que despreciarán a sus hermanos y las coronas de los reyes caerán. El caos traerá una terrible guerra que azotará y destruirá todo el mundo. Sucederá en tal escenario dantesco que el Soberano de Agartha y sus leales saldrán a la superficie de la tierra para establecer el reino del espíritu… verticalidad, sabiduría, paz. Y los demonios serán arrojados al fuego que consume todas las impurezas…”.




Y en este punto, queremos hacer mención de un interesante libro “Leonardo, los años perdidos”, escrito por el investigador José Luís Espejo y que explica una misteriosa relación entre el genial Leonardo da Vinci y la montaña de Montserrat. Según explica, entre 1479 y 1485 se suceden las pestes en Florencia y en Milán. Durante esos años no se sabe prácticamente nada de Leonardo. Sin embargo, en 1483, pinta su famoso cuadro La Virgen de las Rocas y, en 1484, comienza a escribir sus célebres Cuadernos. Giulio della Rovere (futuro papa Julio II) era por entonces abad comandatario de Montserrat, si bien había cedido sus poderes al padre Llorenç Maruny. En marzo de 1483 Giulio della Rovere hace una permuta con el abad de Santa Maria della Grotta (Sicilia), el catalán Joan de Peralta. Éste pretende hacer venir unos monjes de Padua, pero no lo consigue y encarga al italiano Jacopo Verginali la construcción de un nuevo edificio en lo que hoy día es Montserrat. Fernando II de Aragón (Fernando en Católico) se empeña en pasar este monasterio a la obediencia de la orden de los Jerónimos. Es por ello que sus nuevos monjes se proponen adquirir un cuadro en honor de este santo, traductor de la Biblia latina (la conocida Vulgata). Éste es el contexto histórico que enmarcaría la visita de Leonardo a Barcelona, entre 1481 y 1483: sus “años perdidos”. Montserrat había tenido anteriormente monjes italianos. En 1443 llegaron seis monjes de Montecassino (Frater Henricus de Alamania, Frater Ciprianus, Frater Simplicius, Frater Baptista, Frater Antonii, Frater Natalem).

En tiempos de Fernando el Católico, Catalunya se llena de intelectuales italianos. Entre ellos: Antonio y Alejandro Geraldino, Pedro Martir d’Angleria, o Lucio Marineo Siculo. Pere de Cardona los atrae desde la corte pontificia (en aquel tiempo catalana y valenciana) de los Borja (o Borgia, como son conocidos en Italia). Antonio Geraldino, embajador de Florencia en Barcelona, era un Geraldini, familia muy cercana a Leonardo, pues no en vano la célebre “Mona Lisa”, de la que habla Vasari, se llamaba Lisa Geraldini del Giocondo (la Gioconda). Su otro hermano, Alejando Geraldino, fue con Colón a América, y allí sería el primer obispo de Santo Domingo. Americo Vespuccio (en realidad, Aimerich Despuig, descendiente –como Leonardo- de catalanes) visitó la ciudad en repetidas ocasiones. Como los Geraldini, fue amigo tanto de Colón como de Leonardo. Ésta es una circunstancia que abre prometedores interrogantes acerca de la vida de ambos personajes históricos.

Leonardo tenía otros vínculos con España. Un antepasado suyo (Giovanni Da Vinci) murió en Barcelona en 1406. Leonardo pintó un retrato de Ginevra de Benci (1475), encargado por el diplomático veneciano Bernardo Bembo. Éste hizo un viaje por España entre 1468 y 1469. Éstos son algunos ejemplos del contexto histórico en el que José Luís Espejo enmarca su hipótesis de que Leonardo da Vinci pasó un año y medio en Montserrat, entre 1481 y 1483. Fruto de esta estancia, pintó el cuadro titulado La Virgen de las Rocas, donde se ve con claridad las rocas montserratinas. En Montserrat habría dejado su cuadro San Jerónimo, hoy en los Museos Vaticanos. La historia de este cuadro es muy ilustrativa: sería robado por las tropas del mariscal francés Suchet, en 1812, y habría sido regalado a Joseph Fesch, tío de Napoleón. Cuando éste murió, su familia lo vendió a la Pinacoteca Vaticana. Un relieve del escultor catalán Pau Serra, realizado en 1755, es muy parecido al San Jerónimo de Leonardo, lo que probaría que el citado cuadro estaría en el monasterio de Montserrat por esos años. Leonardo efectuaría un segundo viaje a Barcelona tras su huida de Milán, en los primeros 1500. En este viaje tomaría notas del paisaje de los alrededores de Montserrat, reflejado en su célebre Gioconda. Aquí adjuntamos una imagen del cuadro de la Gioconda en donde puede verse un paisaje con las montañas de Montserrat al fondo. Con posterioridad, retocaría La Anunciación, detallando paisajes de Catalunya, como el Canigó, Montserrat y la ciudad de Barcelona, cuyo puerto aparece en construcción (las obras se iniciaron en 1477).

¿Por qué vino Leonardo a Catalunya? Por tres razones: por el encargo que el monasterio de Montserrat le hiciera de pintar su San Jerónimo (así como alguna virgen; tal vez su Virgen del Gato, hoy perdida); por su condición de practicante del culto cátaro, vivo en sus días tanto en Italia como en Catalunya, y por su afición a la Alquimia. A este respecto, Julio II, abad de Montserrat por esos años, es conocido como el Papa Alquimista. Tanto el catarismo como la alquimia se practicaban en Catalunya. Cerca de Flix, en Tarragona, se han hallado lugares de culto cátaro, datados hacia finales del siglo XV. Montserrat y el monasterio de Sant Cugat del Vallès eran academias alquímicas. En la Biblioteca de Montserrat se conservan algunos incunables de contenido alquímico. A este respecto pueden verse unas inscripciones cátaras cerca de Flix, en Tarragona. Están datadas hacia finales del siglo XV. En ellas encontramos la palabra “Magdalena”. El “melocotón alquímico”, cristalizado en piedra, conservado en el Museo Arqueológico de Barcelona fue encontrado en 1972 escondido en una hornacina del monasterio de Sant Cugat, en Barcelona. Actualmente está guardado en una cámara acorazada.





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