http://www.erowid.org/plants/amanitas/amanitas.shtml
El uso de plantas psicoactivas en el contexto de celebraciones rituales no parece haber sido algo exclusivo de las ceremonias chamánicas de las sociedades no urbanas de la Antigüedad, donde está relativamente bien documentado, y en las que las creencias religiosas se hallaban poderosamente influidas por un chamanismo que inducía a la experiencia de los estados de trance. El cáñamo, como inductor, de los trances extáticos de tipo chamánico era utilizado, como hemos visto, por los escitas y por los tracios, estos últimos en el curso de rituales relacionados con el culto a Sabacio. Pero se decía que Dionisos, y también Apolo, que en un principio parece haber estado relacionado con un tipo de adivinación extática, procedían ambos de Tracia.
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El culto a un árbol sagrado en la Creta minoica ha podido estar conectado, en opinión de Sir A. Evans (The Palace of Minos, vol III: 142) a estados de trance inducidos por la ingestión de un psicoactivo que “como el Soma de los Vedas, proporciona el frenesí religioso, y al mismo tiempo implica una comunión con la divinidad inherente al álbol”. Siguiendo esta hipótesis, G. A. S. Snijder (1938) propuso hace ya muchos años, sobre la base de un estudio de las escenas de éxtasis y culto al árbol que aparecen en muchos anillos-sellos minoicos, que los cretenses podían haber dispuesto de una planta sagrada, que él creía que podía ser el beleño o el estramonio, para alcanzar, en el curso de determinados rituales religiosos, un estado de trance visionario que explicaría, de paso, algunas de las peculiaridades del arte minoico, como son las imágenes eidéticas tan frecuentes en él.
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Posteriormente G. Kriticos (1960) ha mostrado en un documentado trabajo como durante el periodo que los arqueólogos denominan Minoico Tardío III, el opio era consumido por los participantes en determinadas ceremonias religiosas, ya que provocaba estados de éxtasis durante el desarrollo del ritual. La existencia de prácticas similares en Chipre durante la misma época ha sido señalada por V. Karageorghis (1976), que las relaciona, como en el caso anterior, con el culto a alguna divinidad de la fertilidad semejante a la “Diosa de las adormideras” de Gazi. También R. S. Merilles (1962) sugiere, aunque la evidencia es menor, que un uso similar del opio se podía haber producido en Egipto, no siendo tampoco desconocido en Israel (Merilles, 1989).
En cualquier caso la liturgia egipcia no era del todo extraña a prácticas semejantes, como se desprende, por ejemplo, del uso de bebidas embriagantes durante la fiesta de Hathor, originariamente una Diosa Madre y, por tanto, una divinidad de la fertilidad, protectora de la alegría extática y festiva que sigue a la embriaguez (Bleeker, 1973: 80). Esta festividad, que coincidía con la inundación anual del Nilo, se celebraba en Dendera, a medio camino entre Abydos y Tebas, y en ella se consumía abundantemente vino y otros brebajes alcohólios em medio de música y danzas (McGovern, 2003: 136). En los festivales sagrados de Bubastis, en honor a la diosa Bastet, hija de Ra y divinidad de la alegría representada con cabeza de gato, se realizaban también rituales extáticos, tal y como nos describe Herodoto (II, 60):
“Pues bien, cuando se trasladan a la ciudad de Bubastis, hacen los siguiente: resulta que hombres y mujeres navegan juntos y, en cada baris, va un gran número de personas de uno y otro sexo, algunas mujeres llevan crótalos y los hacen repicar; algunos hombres, por su parte, tocan la flauta durante todo el trayecto, mientras que el resto de las mujeres y hombres cantan y tocan palmas. Y cuando, en el curso de su travesía, llegan a la altura de laguna otra ciudad, acercan la baris a tierra y hacen lo siguiente: mientras algunas mujeres siguen haciendo lo que he dicho, otras se burlan a voz en grito de la ciudad en cuestión, otras bailan y otras, de pie en la embarcación, se desnudan. esto es lo que hacen a su paso por todas las ciudades ribereñas. y cuando llegan a bubastis, celebran la fiesta ofreciendo grandes sacrificios y se consume más vino de uva en esa fiesta que en todo el resto del año.” (TRAD. C. Schrader).
Seguramente una de las celebraciones más importantes del calendario religioso del antiguo Egipto era el llamdo festival-Wag, que se celebraba a comienzos del Año Nuevo cuando Sothis (Sirio), la estrella más brillante en el firmamento nocturno reaparecía tras haber estado oculta setenta días y anunciaba la inminente crecida del Nilo. Tenía lugar en Abydos, sede del culto religioso a Osiris, que recibía también el apelativo de "Señor del vino durante la inundación". Durante tres días sus seguidores se entregaban a una orgía sagrada para celebrar la fiesta funeraria del dios (McGovern, 2003: 135).
El mundo helénico primitivo también parece haber conocido la utilización ritual del opio relacionada con algún tipo de culto a la fertilidad, según la opinión de algunos expertos (Kriticos-Papadaki, 1967: 17 ss; Butherwort, 1966: 175). Ya hemos visto en otra entrada la impronta de un famoso sello micénico en la que la adormidera se asocia a una diosa relacionada con algún culto al árbol. Como es sabido, la adormidera es una maleza típica de los cultivos de gramíneas, lo que explica sus relación con las divinidades de la fertilidad, ya que este útimo asepcto es también un rasgo generalizado de las divinidades agrícolas. No es de extrañar, por tanto, el uso frecuente de la adormidera y su extracto, el opio, en los santuarios de Astarté-Afrodita en el Medieterráneo oriental, en los que el “uso del opio contribuía en los sacrificios en su honor excitando el deseo sexual” (Karageorghis, 1976: 129).
Otras sustancias han podido ser igualmente empleadas. El vino cretense y el micénico, que desempeñarón una importante función en el culto religioso, eran una mixtura en la que no faltaban, de acuerdo con la propia evidencia de los textos del Líneal A y B, distintas hierbas y especias. En un vaso procedente de la ciudadela de Micenas (McGovern, 2003: 275) perteneciente al periodo Heládico tardío (1190-1130 a. C.) se han hallado dos cetonas específicas de la ruda (Ruta graveolens), conocida posteriormente por su uso como narcótico y agente medicinal.
La utilización ritual de psicoactivos vegetales tampoco escapó a la, posterior cultura greco-romana. Como dice M. P. Nilsson (A History of Greek Religion, Oxford, 1925: 205): “Hay en todo hombre, por humilde que sea su condición, un anhelo latente de comunión con lo divino, de sentirse elvado de lo temporal a lo espiritual. Esta forma de éxtasis econtró su heraldo en el dios que, junto a Apolo, se había grabado com mayor fuerza en el sentido religioso de la época: Dionisos”. Más atrás hemos visto como se asociaba a Dionisos, divinidad extática por excelencia, no sólo con el cultivo de la vid y la elaboración del vino, sino también con una serie de tradiciones botánicas muy antiguas, en las que parece tener algo que ver con los hongos enteógenos y otras plantas de propiedades psicoactivas, como la adormidera o la hiedra silvestre. Pero, ¿poseía alguna de estas propiedades el vino de Dionisos?. Algunos indicios permiten sospecharlo.
De los guerreros “energúmenos” al simposio aristocrático.
Otras experiencias extáticas entre los antiguos griegos tenían que ver con la guerra. Los héroes homéricos, que después querrán emular los aristócratas de la época arcaica, debían su fuerza no tanto a su fortaleza física como a un poder interior que se obtenía mediante una técnica empleada por muchos otros pueblos. Se trataba, originariamente y en esencia, de guerreros “energúmenos” o “fuera de sí” que peleaban en un estado de trance capaz de proporcionarles la victoria. Que primitivamente este trance haya podido ser alcanzado gracias a la ingestión de algún psicoactivo de origen vegetal no parece muy descabellado, aunque no hay forma de probarlo. Guerreros extáticos de esta índole son conocidos en muchas partes del mundo gracias a testimonios históricos y etnográficos. Los tracios, por ejemplo, tenían fama de salir a guerrear algo bebidos, al igual que algunas tribus celtas de Europa. Entre los antiguos germanos los berserkir eran una clase de “guerreros fieras” que se apropiaban mágicamente del furor animal transformándose en fieras para el combate. Algunas tribus escitas parecen haber practicado igualmente este tipo de combate en un estado de frenesí o de trance cubiertos con pieles de lobo
En su trabajo "Del serpent de Cadmos a la lira d’Amfio", J. Pòrtulas nos recuerda como el mismo Orfeo parece haber sido el lider de una banda de guerreros extáticos según ciertas interpretaciones de F. Graf: “Kampfwut”, an ecstasy or trance which the warriors reach by various means before the battle and which enables them to perform spectacular feats. It is attested for many archaic Indo-European societies, among them the Germans, the Celts,the Iranians […] These ecstatic warriors always form secret societies […]. Much more prominent are elements which belong to an initiatory society of warriors, a phenomenon well attested among the Indo-Europeans and stilllingering just beneath the surface of some archaic Greek institutions» (Graf, 1988: 99-102).
R. Graves (1994: 80 ss), por su parte, señala el curioso episodio de los trescientos zorros que Sansón soltó con antorchas prendidas en sus colas en los campos de trigo de los filisteos y que el interpreta como un grupo de guerreros extáticos intoxicados con hongos, a los que en muchas partes del mundo se les ha denominado y aún de les llama “zorritos”. Un distintivo de los guerreros homéricos era la máscara de Gorgo que portaban en sus escudos, emblema terrorífico de la muerte, cuya sola visión infundía pavor y estrechamente relacionada con las serpientes. Pero si la gorgona Medusa, que posee los mismos atributos, ha podido ser originariamente, como hemos visto, un hongo visionario, merecería la pena considerar, al menos como simple hipótesis, que tal vez los primitivos guerreros helénicos, hayan conseguido su trance extático (de éxtasis) mediante la ingestión de algún hongo psicoactivo.
El vino dionisíaco y el trance menádico.
Es conocido que los antiguos griegos diluían el vino en agua, lo que se hacía generalmente en una proporción de tres partes a una, antes de berberlo, y que consideraban el tomarlo puro como una costumbre bárbara. Aún así había vinos tan fuertes que exigían una concentración aún menor. Plinio (Hist. Nat., XIV, 53), por ejemplo, nos informa de uno que para poder ser bebido sin peligro era necesario mezclarlo con, al menos, ocho partes de agua. Tal potencia no podía proceder de su contenido alcohólico, ya que se desconocían los procedimientos de destilación, siendo el alcohol mismo desconocido, como prueba que en griego antiguo no exista una palabra para nombralo.
En ocasiones se menciona, específicamente, que el el vino hay una droga, como en el ejemplo, al que ya hemos aludido, de Helena y el nephentes. Plutarco (Mor., III, 655 e), hablando de las Antesterias, señala que en el vino había una droga causante de que se abrieran los sepulcros y los espíritus de los difuntos pudieran regresar a Atenas para el banquete (o de que la gente lo creyera así). La adelfa (nerium oleander) se añadía en ocasiones al vino para aumentar su poder embriagante, según testimonian Teofrasto (Hist. Plant., IX, 12, 1) y Plinio (Nat. Hist., XXI, 45). También el ciclamen (cyclamen persicum) se añadía al vino para hacerlo más fuerte, como afirma Dioscórides (De mat. med., II, 152). De acuerdo con otros testimonios (Diógenes Laercio, III, 39) los vinos reservados para fines religiosos eran mucho más potentes que los habituales, ya que con ellos se prentendía provocar la locura.
Algunas representaciones en los vasos utilizados para la ceremonia de las Leneas muestran como se agregan hierbas al vino sagrado durante la mixtura, en presencia de la efigie de Dionisos. De hecho, “estos vasos muestran a las devotas del dios en estados de éxtasis o locura, mientras mezclan el vino en un Krater, o `vasija para mezclas´, en una mesa tras de la cual se yergue el pedestal enmarcado del dios. Encima de la mesa o pendiendo de ella hay diversas plantas y hierbas. Una vasija presenta incluso a una mujer que añade al krater una pizca de alguna hierba.” (Wasson-Hoffmann-Ruck: 152, n. 77). En las representaciones de las tragedias en Atenas, originalmente unos festivales conectados con Dionisos, los espectadores bebían un vino llamado, como el que se bebía en las bodas, trimma, aparentemente por los aditivos que se “molían” y se ponían en él con el fín de reforzar el dominio de la emoción sobre la racionalidad (Ruck, 1996: 285).
Todo esto aumenta la sospecha de que el trance menádico estaba fundamentalmente provocado por la ingestión de un vino al que se le habían añadido determinadas plantas y extractos vegetales con el fin de convertirlo en un licor psicoactivo. El éxtasis así inducido era reforzado con técnicas y procedimientos, como las carreras y danzas rituales, que constituyen otro medio de provocar el trance muy difundido en la Antigüedad.
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