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sábado, 28 de mayo de 2016

La enigmática ciudadela inca











La ciudad perdida

La primera visión de las ruinas, agrupadas al pie del pico Wayna Picchu, se consigue desde el  Intipunku, Puerta del Sol en lengua quechua.

El viaje desde la colonial Cusco descubre otros vestigios de aquella sofisticada civilización del corazón de los Andes

Hubo un tiempo, hace más de quinientos años, en que una nueva civilización dio origen a una tierra de mitos. Fundaron su capital en Cusco y la consideraron el ombligo del mundo. Defendido por infranqueables fortalezas y urdido en sus distantes regiones por el idioma quechua, el imperio inca llegó a abarcar la actual Colombia, el centro de Chile, el norte de Argentina y buena parte de Bolivia. La colonial Cusco es hoy el inicio de un itinerario que, ascendiendo por el Valle Sagrado del río Urubamba hasta encumbrarse en el místico baluarte de Machu Picchu, demuestra que los destellos del Tahuantinsuyo (nombre de aquel imperio) aún siguen vigentes.
La primera cita con la antigua capital inca es la plaza de Armas, punto donde confluían las vías que comunicaban los cuatro puntos cardinales del territorio incaico. Este gran espacio es denominado por los indígenas como Huacaypata, «Lugar de Lágrimas», porque fue testigo del martirio de Tupac Amaru I, último Inca en rebelarse contra el poder español.
Un par de días bastan para detectar los vestigios de aquella cultura, así como el sincretismo religioso surgido de la imposición del catolicismo. La Catedral, construida entre 1560 y 1654, se yergue sobre el antiguo palacio del Inca Viracocha. Entre los claroscuros de su interior destacan las obras de la Escuela Cusqueña, en la que los artesanos aplicaron las técnicas de la pintura flamenca. El resultado incluye una Última Cena con un conejillo de Indias –plato típico cusqueño– como centro del banquete. Otra manifestación de esta convergencia estilística se halla en el convento de Santo Domingo, que antes era el templo de Qoricancha, consagrado a la deidad solar, y estaba revestido por láminas de oro.
Pocos kilómetros hacia el este de Cusco se da inicio a los curvilíneos caminos que, a más de 3.000 metros de altitud, recorren el Valle Sagrado del Urubamba. Este corredor de quebradas y pampas surcadas por caudalosos ríos, se entrelaza con ruinas arqueológicas (Tambomachay, Puca Pucara, Salapunco..) entre las que pastan rebaños de llamas y vicuñas. Las dispersas comunidades que salen al paso forman también parte del legado inca pues han preservado las técnicas agrícolas que abastecían al mayor imperio de Sudamérica.
Fortaleza de gigantes
El recorrido a través de estas tierras sagradas halla su primer enclave en las ruinas de Sacsayhuamán, una fortaleza situada a dos kilómetros de Cusco. Gigantescas rocas pulidas con geométrica perfección se incrustan como piezas de un rompecabezas de muros trapezoidales. Tan exacto es su encaje, que ni el filo de una cuchilla es capaz de atravesarlo. Muchas de estas piedras sostienen ahora los cimientos de la catedral cusqueña.
Una hora de autobús conecta Cusco con Chinchero, pueblo que una vez fue la hacienda real de Tupac Inca Yupanqui. Su iglesia de Nuestra Señora de Monserrat (1607) es una de las joyas del Valle del Urubamba. Por dentro, el techo parece tapizado de filigranas que alcanzan una policromía andino-barroca semejante a la de los textiles que las mujeres venden en la plaza adyacente. Por fuera, sus adobes blancos se alzan sobre el antiguo palacio inca, cuyos restos aún se distinguen en terrazas y escaleras talladas en la roca. El atractivo de Chinchero reside, especialmente, en su mercado dominical, escenario vivo del trueque de papas, hojas de coca, maíz y frutas que se entremezclan con delicados tejidos de alpaca o llama.
La ruta continúa serpenteante bajo la custodia de picos nevados. Al llegar al pueblo de Urubamba es posible demorar la marcha y optar  por un breve desvío hacia las salinas de Maras, cuyos 3.000 estanques han sido explotados desde la era incaica. De la misma época data Moray, un centro de experimentación agrícola emplazado a una hora de caminata. Sus terrazas concéntricas en distintos niveles lograban simular una veintena de microclimas donde se probaban semillas distintas.

Una ciudad inca viva

Retomando la carretera principal en Urubamba, emerge al cabo de 50 kilómetros el pueblo de Ollantaytambo. Aquí las montañas se han doblegado ante la mano del hombre, que las ha amaestrado con terrazas de contención. El laberíntico trazado de la aldea se ha acoplado al inca original como un museo al aire libre, en el que ruinas de hace siete siglos perviven entre acequias y casas de adobe.
En adelante el viajero encadenará sendas que siempre han estado inscritas en la memoria local, aunque su incorporación a los mapas es relativamente reciente. El objetivo final de estos caminos es Machu Picchu, la ciudadela ceremonial que, enclavada a 2.500 metros, aún no ha revelado todos sus misterios. La ruta de varios días hasta alcanzar este magnífico enclave queda reducida a unas horas gracias al tren que desde Cusco lleva al pueblo de Aguas Calientes, a 167 kilómetros.

La senda de los incas

Quienes prefieran seguir el itinerario clásico, el Camino del Inca se apega a la vía empedrada del siglo XV y permite alcanzar la ciudadela como los antiguos incas. El sendero requiere cuatro jornadas y asciende desde microclimas selváticos con orquídeas junto a monumentales escalinatas, hasta colinas verdes y ruinas arqueológicas –el conjunto circular de Runkuraqay es una de las más sorprendentes– rodeadas por picos que superan los 4.000 metros de altitud.
Al cuarto día, la Puerta del Sol, el Intipunku, ofrece por fin la primera visión de Machu Picchu. Los españoles conquistaron Cusco en 1534, pero para ellos Machu Picchu era solo un lugar del que cobrar impuestos. No fue hasta 1911 cuando el lugar se dio a conocer al mundo de la mano de Hiram Bingham, profesor de la Universidad de Yale, quien redescubrió la ciudad gracias a los pastores locales. Lo que asombró a las pupilas de Bingham sigue allí, piedra por piedra: una planta urbana con 172 recintos, baños, altares de sacrificio y bancales de labranza que se precipitan sobre el río Urubamba. Al amanecer, el ensamble de las ruinas bajo el emblemático Huayna Picchu transforma el paisaje en un templo en sí mismo. Con cada puesta de sol, el milagro se repite, el imperio renace y Machu Picchu, su bastión más enclaustrado, viaja por el mundo en la emoción de sus visitantes.  


http://www.nationalgeographic.com.es/viajes/grandes-reportajes/la-enigmatica-ciudadela-inca_7299/2